En el mundo del cannabis —y en general, en el de las sustancias— existen términos técnicos que suelen usarse de manera intercambiable, aunque no lo sean. Entre ellos, “psicoactivo” y “psicotrópico” son quizás los más confundidos, no solo en el lenguaje cotidiano, sino también en el discurso político, médico y legal. Esta confusión no es inocente. A lo largo de las últimas décadas, el uso indistinto (y muchas veces tendencioso) de estos términos ha servido para justificar políticas prohibicionistas y crear una narrativa alrededor de las drogas que refuerza el miedo y el control, más que la comprensión y la salud pública.
¿De dónde viene la confusión sobre psicoactivo y psicotrópico?
El término “psicoactivo” hace referencia a toda sustancia que tiene efectos sobre el sistema nervioso central, modificando la percepción, el ánimo, la conciencia o el comportamiento. En esta categoría entra el cannabis, pero también el café, el alcohol, la nicotina, e incluso medicamentos como los ansiolíticos o antidepresivos.
Por otro lado, “psicotrópico” es un concepto más restrictivo que suele usarse para nombrar a aquellas sustancias que tienen un efecto directo y pronunciado sobre los procesos mentales, particularmente en el ámbito clínico o psiquiátrico. Este término aparece formalizado en marcos legales como la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971 de la ONU, donde se incluyen ciertos medicamentos y drogas como LSD, MDMA o benzodiacepinas.
La diferencia entre ambos términos puede parecer sutil, pero su uso mediático, institucional y legal no ha sido casual.
Curiosidades lingüísticas y políticas
Una de las grandes curiosidades es cómo el término “psicotrópico” fue adoptado con una carga negativa, incluso cuando muchas sustancias psicotrópicas están ampliamente aceptadas en el campo médico. Mientras tanto, el “psicoactivo” parece haberse convertido en un eufemismo más aceptable —cuando conviene— para suavizar el discurso en torno a sustancias de uso común.
Pero en el caso del cannabis, ambas etiquetas han sido utilizadas como herramientas de estigmatización. Se le ha llamado “droga psicotrópica” para ubicarlo en el imaginario colectivo como una sustancia peligrosa y desestabilizadora, alineada con otras drogas duras. A la vez, se ha evitado llamarlo simplemente “psicoactivo”, ya que eso lo pondría en la misma categoría que el café o el tabaco, lo cual podría desestabilizar el discurso prohibicionista.
Además, muchos marcos legales siguen usando la palabra psicotrópico como sinónimo de ilegal, cuando en realidad no todos los psicotrópicos lo son, ni todos los ilegales son psicotrópicos.
El papel del prohibicionismo
Las políticas prohibicionistas han aprovechado esta ambigüedad para imponer un enfoque criminalizador. En lugar de aclarar la terminología para facilitar la educación, la prevención y la reducción de daños, se ha optado por mantener cierta confusión que legitime la represión.
Por ejemplo, clasificar una sustancia como psicotrópica en tratados internacionales ha sido un recurso habitual para reforzar su fiscalización y criminalización, incluso cuando sus riesgos reales no lo justifican. En el caso del cannabis, a pesar de que la OMS recomendó en 2019 rebajar su nivel de fiscalización por sus usos terapéuticos y su bajo riesgo, y que la ONU reconoce las propiedades terapéuticas del cannabis y la retira de la lista de sustancias peligrosas, muchos Estados han preferido mantenerlo en categorías altas por “precaución”, reforzando el estigma asociado a su supuesta psicotropicidad.
Necesitamos precisión, no confusión
Comprender con claridad qué es una sustancia psicoactiva y qué es una sustancia psicotrópica no es un debate académico sin importancia. Es una herramienta necesaria para diseñar políticas públicas justas, eficaces y basadas en la evidencia.
La guerra contra las drogas ha utilizado el lenguaje como un arma: ha exagerado, mezclado y manipulado conceptos con el fin de mantener un control social y político sobre determinados sectores de la población. Pero esta estrategia está cada vez más en entredicho. Hoy, desde organismos internacionales hasta activistas de base, se exige un nuevo enfoque que pase por la regulación responsable, el respeto a los derechos humanos y la educación crítica sobre el uso de sustancias.
A fin de cuentas, si algo necesitamos en el debate sobre drogas es más ciencia, más pedagogía… y menos semántica manipulada.